Lo innombrable

El silencio es la trampa del demonio, cuanto más lo guarda, tanto más temible es también el demonio" (Kierkergaard, Temor y temblor") La primera vez que tuve noticias de "lo innombrable" fue cuando era muy chica, en el momento en que alguien muy cercano a mí se había enfermado de "eso" que parecía resistirse a ser dicho y que, sin embargo, quedaba bien en claro que se trataba de algo grave y que afectaba no solo al enfermo sino también al resto de la familia. Años más tarde, como psicóloga recién recibida ingrese al Servicio de Psicopatología en un hospital general en el área de Interconsultas, para trabajar con pacientes internados enfermos de cáncer. Este es en parte el relato de esa experiencia que sirvió, entre otras cosas, para responder a una pregunta formulada mucho tiempo atrás: en lo que se refiere al cáncer ¿qué es lo que resulta difícil ser dicho? Lo primero que se observaba en el trabajo en la sala de Clínica Medica, era que los pedidos de interconsulta efectuados por los médicos a los "psi" eran "pedidos" de ayuda para que algo pudiera ser dicho a los pacientes, por ejemplo: " hay que preparar al paciente para decirle..." (" que tiene que hacerse la quimio", " que el resultado de la biopsia dio positivo", etc., etc.). Muchas veces lo que se evidenciaba era el temor (a veces de parte de la familia, otras de parte del médico) en cuanto a la reacción que podría llegar a tener el paciente al conocer "su enfermedad": en ocasiones, mientras en torno al paciente se debatía como trasmitir un diagnóstico o pronostico, aquel refería al psicólogo que " ya lo sabía" pero que lo callaba para no preocupar a su familia. Estos malos entendidos entre lo sabido y no sabido, lo dicho y no dicho y quien asistía a quien, hace pensar que: para que algo pueda ser dicho tiene que haber alguien escuchando. En relación con esto, una psiquiatra americana llamada Kubbler-Ross que había escuchado, y mucho, a pacientes con cáncer decía que los mismos atravesaban durante la enfermedad, desde el punto de vista emocional, distintas etapas que iban desde la negación, el enojo y la bronca, hasta la aceptación. En efecto, la enfermedad constituye una amenaza que pone en peligro la realidad del paciente, ante la cual aquel se "defiende" de distintas maneras: negándola, re dola, rebelándose y haciéndose obstáculo el mismo para cualquier posibilidad de curación, con odio como forma de conservación de su yo, etc. Escuchar estas formas singulares de responder del paciente, a aquello que lo angustia, abre la posibilidad de asistirlo y contenerlo. El cáncer produce" un caos" no solo en el cuerpo de quien lo padece, sino también en su aparato psíquico (e incluso en el cuerpo familiar), por lo cual es "traumático". "Trauma" significa un exceso de carga para el psiquismo, "energía no ligada", la manera de que se ligue es mediante la palabra, es decir dando " sentido" a ese "sin sentido" que representa la enfermedad. Es así que ponerle palabras a "eso" que nos aqueja produce alivio psíquico y corporal. Un psicoanalista llamado Manoni decía que hay una separación entre "el cuerpo de la enfermedad" (que es el cuerpo que atiende la medicina) del "cuerpo del enfermo" (que es el cuerpo percibido por el paciente): escuchar al paciente es dejar de considerarlo solo como un objeto de cuidados e intervenciones medicas para darle la palabra como sujeto y que exprese ese dolor que la enfermedad detona, En ese desvalimiento en que se encuentra es importante la mirada que los otros (medico, familia, psicólogo, enfermera, etc.) aportan en tanto le inspiran seguridad o inseguridad, tranquilidad o persecución. Si la palabra "cáncer" es tan difícil de pronunciar es porque se la emparenta con otra que resulta "innombrable": muerte. Pero la muerte para el ser humano no solo lo remite a la amenaza de la propia existencia, sino que es sinónimo de "mudez", "lo silencioso", aquello que carece de representación en el psiquismo humano. Freud solía decir que lo que nos asusta de la muerte es que ésta nos confronta con la vida, él mismo a los 63 años enfermó de cáncer de mandíbula, los siguientes 20 años continúo trabajando (60 7 horas diarias) atendiendo a pacientes y escribiendo, a pesar de la enfermedad, de las limitaciones físicas, los duelos e incluso por la persecución del nazismo por lo que tuvo que exiliarse. Pareciera que para él su trabajo constituyó una "causa" que lo mantenía vivo. Quizás esa fue su mejor enseñanza. Lic. Viviana Valentí

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